A raíz de la pandemia, decidió dejar Alicante y trasladarse a Los Monegros.
Iuliana Gabriela Selaru cambió la ciudad por el medio rural en plena pandemia. A través de unos amigos, se mudó de Alicante a Los Monegros. Primero, y junto a su familia, recaló en Lanaja y después, en Alcubierre, donde es la nueva adjudicataria del bar de las piscinas. La hostelera, de origen rumano, asegura haber encontrado el lugar ideal en el que echar raíces.
Aquí unos y otros se refieren a ella como Julia. «La pronunciación es más sencilla», aclara, conforme con un sobrenombre que le acerca más a su comunidad actual. «Alcubierre es un pueblo muy acogedor; aquí he encontrado el ambiente y la paz que necesitaba», asegura. El establecimiento es de titularidad municipal y para acceder a su alquiler, la hostelera tuvo que presentar una solicitud formal y superar una entrevista personal. «Todo han sido facilidades; me he sentido muy apoyada», reitera.
Para la reapertura del local, el pasado 16 de agosto, y como carta de presentación, la hostelera optó por elaborar una gran paella valenciana, con el fin de conquistar por el paladar a sus nuevos vecinos y clientes. Los arroces caldosos están entre sus especialidades. También las croquetas o el gazpacho manchego. A diario, ofrece además un completo almuerzo y un variado menú. También tiene previsto acondicionar la zona de barbacoas e incorporar nuevos platos a su carta durante los fines de semana, donde es habitual el paso de motoristas y ciclistas atraídos por la sierra de Alcubierre.
De momento, y durante los primeros meses, centrará su actividad en el bar, sin descartar incorporar después el camping situado de forma anexa. «Me gusta hacer las cosas bien y para ello, se necesita tiempo», aclara. A corto plazo, tiene previsto además organizar una fiesta de Halloween, con pasaje del terror y menú adaptado. «Quiero contribuir a mantener vivo el pueblo», declara.
Antes de su traslado, tuvo que soportar el largo confinamiento en un pequeño piso situado en la planta número 11 de un edificio de Alicante, lo que ahora le hace valorar más la amplitud y tranquilidad de Alcubierre. La pandemia dejó a la familia sin ingresos. Julia perdió su trabajo en un restaurante y su marido, su puesto en una fábrica de zapatos. Por ello, y gracias a unos conocidos, aceptaron la posibilidad de trasladarse y viajar hasta Lanaja, donde el matrimonio, que tiene una hija de 10 años, comenzó a trabajar en una explotación porcina.
Aunque es técnica veterinaria, y su marido, policía, Julia ha dedicado su vida laboral a la hostelería. De hecho, comenzó compatibilizando sus estudios con la bandeja y se enamoró de la profesión. «Me gusta el contacto directo con la gente; compartir su día a día y, siempre que sea posible, mejorarlo, con una palabra o un gesto amable», señala. Y, gracias a esa filosofía de trabajo, la hostelera ha conseguido ganarse el cariño de sus nuevos clientes.
El local está abierto de lunes a domingo, sin días de descanso. Y es que Julia asegura ser muy consciente de que en un pueblo un bar es más que un bar, ya que cumple una importante labor social, al permitir la salida, distracción y encuentro de sus vecinos. «Hay gente que viene todos los días. Para algunos, es el único momento en el que salen, charlan y se olvidan de sus preocupaciones; no quiero que se encuentren la puerta cerrada», señala la hostelera, que también ha ejercido como auxiliar en una residencia y en su país de origen, como cartera. «He trabajado siempre en contacto directo con la gente y me encanta», concluye.
El matrimonio, que ha alquilado una vivienda municipal, asegura sentirse feliz en su nuevo destino. También su hija, que ya es una más entre los niños y niñas de Alcubierre.
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